El Heredero de Moriarty
viernes, 2 de marzo de 2018
Me hallaba en París en el otoño de 18… Una noche, después de una tarde
ventosa, gozaba del doble placer de la meditación y de una pipa de
espuma de mar, en compañía de mi amigo C. Auguste Dupin, en su pequeña
biblioteca o gabinete de estudios del n.° 33, rue Dunot, au troisième,
Faubourg Saint-Germain. Llevábamos más de una hora en profundo silencio,
y cualquier observador casual nos hubiera creído exclusiva y
profundamente dedicados a estudiar las onduladas capas de humo que
llenaban la atmósfera de la sala. Por mi parte, me había entregado a la
discusión mental de ciertos tópicos sobre los cuales habíamos departido
al comienzo de la velada; me refiero al caso de la rue Morgue y al
misterio del asesinato de Marie Rogêt. No dejé de pensar, pues, en una
coincidencia, cuando vi abrirse la puerta para dejar paso a nuestro
viejo conocido G…, el prefecto de la policía de París.
Lo recibimos cordialmente, pues en aquel hombre había tanto de
despreciable como de divertido, y llevábamos varios años sin verlo. Como
habíamos estado sentados en la oscuridad, Dupin se levantó para
encender una lámpara, pero volvió a su asiento sin hacerlo cuando G… nos
hizo saber que venía a consultarnos, o, mejor dicho, a pedir la opinión
de mi amigo sobre cierto asunto oficial que lo preocupaba grandemente.
-Si se trata de algo que requiere reflexión -observó Dupin,
absteniéndose de dar fuego a la mecha- será mejor examinarlo en la
oscuridad.
-He aquí una de sus ideas raras -dijo el prefecto, para quien todo lo
que excedía su comprensión era «raro», por lo cual vivía rodeado de una
verdadera legión de «rarezas».
-Muy cierto -repuso Dupin, entregando una pipa a nuestro visitante y
ofreciéndole un confortable asiento.
-¿Y cuál es la dificultad? -pregunté-. Espero que no sea otro asesinato.
-¡Oh, no, nada de eso! Por cierto que es un asunto muy sencillo y no
dudo de que podremos resolverlo perfectamente bien por nuestra cuenta;
de todos modos pensé que a Dupin le gustaría conocer los detalles,
puesto que es un caso muy raro.
-Sencillo y raro -dijo Dupin.
-Justamente. Pero tampoco es completamente eso. A decir verdad, todos
estamos bastante confundidos, ya que la cosa es sencillísima y, sin
embargo, nos deja perplejos.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)